Después el divino Maestro da principio, pone su mano para desapegar
mi corazón de todas las criaturas, y con voz interior me decía:
“Yo soy el único que merece ser amado; mira, si tú no quitas este
pequeño mundo que te rodea, esto es, pensamientos de criaturas,
imaginaciones, Yo no puedo entrar libremente en tu corazón, este murmullo
en tu mente sirve de impedimento para dejarte oír más clara mi voz, para
derramar mis gracias y para hacerte enamorar verdaderamente de Mí.
Prométeme ser toda mía y Yo mismo pondré manos a la obra; tú tienes razón
en que no puedes nada, no temas, Yo haré todo, dame tu voluntad y eso me
basta.”
Y esto sucedía más frecuentemente en la comunión, entonces le
prometía ser toda suya y le pedía perdón por que hasta aquel momento no lo
había sido, le decía que verdaderamente lo quería amar y le rogaba que no
me dejase nunca más sola sin Él. Y la voz continuaba:
Luisa Piccarreta Volumen 01 4
“No, no, vendré junto contigo a observar todas tus acciones,
movimientos y deseos.”
Todo el día lo sentía sobre de mí, me reprendía de todo, como por
ejemplo si me entretenía demasiado platicando con la familia de cosas
indiferentes, no necesarias, la voz interna me decía:
“Estas pláticas te llenan la mente de cosas que no me pertenecen a Mí,
te circundan el corazón de polvo, de modo que te hace sentir débil mi
Gracia, no más viva. ¡Ah! imítame a Mí; cuando estaba en la casa de
Nazaret mi mente no se ocupaba de otra cosa que de la gloria del Padre y de
la salvación de las almas; mi boca no decía otra cosa que discursos santos,
con mis palabras buscaba reparar las ofensas al Padre, trataba de asaetear los
corazones y atraerlos a mi amor, y primariamente a mi Madre y a San José,
en una palabra, todo nombraba a Dios, todo se obraba por Dios y todo a Él
se refería. ¿Por qué no podrías hacer tú otro tanto?”
Yo quedaba muda, toda confundida, trataba por cuanto más podía de
estarme sola, le confesaba mi debilidad, le pedía ayuda y gracia para poder
hacer lo que Él quería, porque por mí sola no sabía hacer otra cosa que mal.
Si durante el día mi mente se ocupaba en pensar en personas a las cuales yo
quería, enseguida me reprendía diciéndome:
“¿Esto es lo bien que me quieres? ¿Quién te ha amado como Yo?
Mira, si tú no terminas con esto Yo te dejo.”
A veces me sentía dar tales y tantos reproches amargos, que no hacía
otra cosa que llorar. Especialmente una mañana, después de la comunión
me dio una luz tan clara sobre el gran amor que Él me daba y sobre la
volubilidad e inconstancia de las criaturas, que mi corazón quedó tan
convencido, que de ahí en adelante ya no ha sido capaz de amar a ninguna
persona. Me enseñó el modo de como amar a las personas sin separarme de
Él, esto es, con mirar a las criaturas como imagen de Dios, de modo que si
recibía el bien de las criaturas, debía pensar que sólo Dios era el primer autor
de aquél bien y que se había servido de la criatura para dármelo, entonces mi
corazón se unía más a Dios; si recibía mortificaciones debía mirarlas
también como instrumentos en las manos de Dios para mi santificación, por
esto mi corazón no quedaba resentido con mi prójimo. Entonces, por este
modo sucedía que yo miraba a las criaturas todas en Dios, por cualquier falta
que viera en ellas jamás les perdía la estima, si se burlaban de mí me sentía
obligada con ellas pensando que me hacían hacer nuevas adquisiciones para
mi alma; si me alababan, recibía con desprecio estas alabanzas diciendo:
“Hoy esto, mañana pueden odiarme, pensando en su inconstancia.” En
suma, mi corazón adquirió una libertad que yo misma no sé explicar.
Luisa Piccarreta Volumen 01 5
Cuando el divino Maestro me liberó del mundo externo, entonces puso
mano a purificar el interior, y con voz interna me decía:
“Ahora hemos quedado solos, no hay ya quien nos disturbe, ¿no estás
ahora más contenta que antes que debías contentar a tantos y tantos? Mira,
es más fácil contentar a uno solo, debes hacer de cuenta que Yo y tú estamos
solos en el mundo, prométeme ser fiel y Yo verteré en ti tales y tantas
gracias, que tú misma quedarás maravillada.”
Luego continuó diciéndome: “Sobre ti he hecho grandes designios,
siempre y cuando tú me correspondas, quiero hacer de ti una perfecta
imagen mía, comenzando desde que nací hasta que morí; Yo mismo te
enseñaré un poco cada vez el modo como lo harás.”
Y sucedía así: Cada mañana, después de la comunión me decía lo que
debía hacer en el día. Lo diré todo brevemente, porque después de tanto
tiempo es imposible poder decirlo todo. No recuerdo bien, pero me parece
que la primera cosa que me decía que era necesaria para purificar el interior
de mi corazón, era el aniquilamiento de mí misma, esto es, la humildad. Y
continuaba diciéndome:
“Mira, para hacer que Yo derrame mis gracias en tu corazón, quiero
hacerte comprender que por ti nada puedes, Yo me cuido muy bien de
aquellas almas que se atribuyen a ellas mismas lo que hacen, queriéndome
hacer tantos hurtos de mis gracias; en cambio con aquellas que se conocen a
sí mismas Yo soy generoso en verter a torrentes mis gracias, sabiendo muy
bien que nada refieren a ellas mismas, me agradecen y tienen la estima que
conviene, viven con continuo temor de que si no me corresponden puedo
quitarles lo que les he dado, sabiendo que no es cosa de ellas; todo lo
contrario en los corazones que apestan de soberbia, ni siquiera puedo entrar
en su corazón, porque inflado de ellos mismos no hay lugar donde poderme
poner, las miserables no toman en cuenta mis gracias y van de caída en caída
hasta la ruina. Por eso quiero que en este día hagas continuos actos de
humildad, quiero que tú estés como un niño envuelto en pañales, que no
puede mover ni un pie para dar un paso, ni una mano para obrar, sino que
todo lo espera de la madre, así tú te estarás junto a Mí como un niño,
rogándome siempre que te asista, que te ayude, confesándome siempre tu
nada, en suma, esperando todo de Mí.”
Entonces buscaba hacer cuanto más podía para contentarlo, me
empequeñecía, me aniquilaba y a veces llegaba a tanto, de sentir casi
deshecho mi ser, de modo que no podía obrar, ni dar un paso, ni siquiera un
respiro si Él no me sostenía. Además me veía tan mala que tenía vergüenza
de dejarme ver por las personas, sabiendo que soy la más fea, como en
realidad lo soy aún, así que por cuanto más podía las rehuía y decía entre mí:
Luisa Piccarreta Volumen 01 6
“¡Oh, si supieran cómo soy mala, y si pudieran ver las gracias que el Señor
me está haciendo, (porque yo no decía nada a nadie) y que yo soy siempre la
misma, oh, cómo me tendrían horror!”
Después, en la mañana cuando iba de nuevo a comulgar, me parecía
que al venir Jesús a mí hacía fiesta por el contento que sentía al verme tan
aniquilada; me decía otras cosas sobre el aniquilamiento de mí misma, pero
siempre de manera diferente a la anterior. Yo creo que no una, sino cientos
de veces me ha hablado, y si me hubiera hablado miles de veces tendría
siempre nuevos modos para hablar sobre la misma virtud. ¡Oh! mi divino
maestro, cuán sabio eres, si al menos te hubiera correspondido.
Recuerdo que una mañana mientras me hablaba sobre la misma virtud,
me dijo que por falta de humildad había cometido muchos pecados, y que si
yo hubiera sido humilde me habría tenido más cerca a Él y no habría hecho
tanto mal. Me hizo entender como era feo el pecado, la afrenta que este
miserable gusano había hecho a Jesucristo, la ingratitud horrenda, la
impiedad enorme, el daño que le había venido a mi alma. Quedé tan
espantada que no sabía qué hacer para reparar, hacía algunas
mortificaciones, pedía otras al confesor, pero pocas me eran concedidas, así
que todas me parecían sombras y no hacía otra cosa que pensar en mis
pecados, pero siempre más estrechada a Él. Tenía tal temor de alejarme de
Él y de actuar peor que antes, que yo misma no sé explicarlo. No hacía otra
cosa cuando me encontraba con Él que decirle la pena que sentía por haberlo
ofendido, le pedía siempre perdón, le agradecía porque había sido tan bueno
conmigo y le decía de corazón: “Mira, ¡oh! Señor el tiempo que he perdido,
mientras que habría podido amarte.” Entonces no sabía decir otra cosa que
el grave mal que había hecho; finalmente, un día reprendiéndome me dijo:
“No quiero que pienses más en esto, porque cuando un alma se ha
humillado, convencida de haber hecho mal y ha lavado su alma en el
sacramento de la confesión y está dispuesta a morir antes que ofenderme, el
pensar en ello es una afrenta a mi Misericordia, es un impedimento para
estrecharla a mi Amor, porque siempre busca con su mente envolverse en el
fango pasado y me impide hacerle tomar el vuelo hacia el Cielo, porque
siempre con aquellas ideas se encierra en sí misma, si es que busca pensar en
ellas; y además, mira, Yo no recuerdo ya nada, lo he olvidado
perfectamente, ¿ves tú alguna sombra de rencor de parte mía?”
Y yo le decía: “No, Señor, eres tan bueno.” Pero sentía rompérseme
el corazón de ternura.
Y Él: “Y bien, ¿querrás mantener delante estas cosas?”
Y yo: “No, no, no quiero.”
Y Él: “Pensemos en amarnos y en contentarnos mutuamente.”
Luisa Piccarreta Volumen 01 7
De ahí en adelante no pensé más en eso, hacía cuanto más podía por
contentarlo y le pedía que Él mismo me enseñase el modo como debía hacer
para reparar el tiempo pasado. Y Él me decía:
“Estoy pronto a hacer lo que tú quieres. Mira, la primera cosa que te
dije que quería de ti era la imitación de mi Vida, así que veamos qué cosa te
falta.”
“Señor”, le decía, “me falta todo, no tengo nada.”
“Y bien”, me decía, “no temas, poco a poco haremos todo. Yo mismo
conozco cuán débil eres, pero es de Mí que debes tomar fuerza.”